traducido por Martin Ant - Hispanismo.org
El siguiente comentario fue presentado por Wally Klinck en referencia a una reciente entrada en un blog: The Shrinking Need for a Workforce: This Time its Different.: http://mikestreetstation.wordpress.com/2014/09/01/the-shrinking-need-for-a-workforce-this-time-its-different
Tu artículo del 1 de Septiembre de 2014, acerca de “La cada vez menor necesidad de fuerza de trabajo”, acompañado de un excelente video, se centra en el asunto central de nuestra asombrosa edad. Cuán bendecidos somos en tener una tecnología maravillosa que nos permite producir más y más de nuestros deseados y/o necesitados bienes y servicios con un esfuerzo humano decreciente, y con una oportunidad siempre creciente para expandir el ocio en una sociedad cultivada. El, así llamado, “problema” del crecimiento del “paro” no es un problema en absoluto, siempre y cuando divorciemos el derecho a poder consumir de los ingresos procedentes del trabajo. Lo que constituye el problema es una insuficiencia de ingresos totales. El problema central es una insuficiencia de ingresos totales en relación con los costes totales y precios, a medida en que la necesidad para el trabajo remunerado se reduce. En los días de la Alegre Inglaterra [1] la gente disfrutaba aproximadamente de 150 días de fiesta al año y aún así, con un nivel mucho menor de tecnología, todavía podían proveer para las necesidades de su vida. Que se diga que deberíamos intentar mantener el “pleno-empleo” en la presente edad de superproducción constituye un completo anacronismo.
Aproximadamente hace un siglo, el progresivo desplazamiento del trabajo humano por la tecnología fue observado, y su crecimiento exponencial correctamente predicho, por el ingeniero Mayor Clifford Hugh Douglas, cuyas ideas vinieron a ser conocidas con el nombre de Crédito Social. Douglas explicaba la necesidad de idear un método de distribución que fuera independiente del trabajo remunerado. Mientras era Director Asistente de la Real Fábrica de Aviación en Farnborough en Inglaterra, y a través del estudio de las cuentas de aproximadamente otras cien empresas británicas, él confirmó que toda fábrica, excepto aquéllas que iban a la bancarrota, creaban costes financieros y precios en un volumen mayor de aquél en que distribuían ingresos efectivos. En el funcionamiento normal de la economía, se creaba una “brecha” creciente entre los precios finales y el ingreso efectivo del consumidor.
Esta deficiencia de poder adquisitivo se incrementa con el uso intensificado de tecnología, en donde las “cargas de la máquina” se incrementan en relación con las cargas laborales. Cuanto más modernizamos nuestra economía, más desequilibrado o no auto-liquidable se vuelve el sistema financiero, y nos sabotea las ganancias reales que hacemos en eficiencia física existente. Paradójicamente, este fenómeno ocurre debido a las crecientes cargas de capital asignadas, las cuales deben ser añadidas a los costes generadores de ingresos de los sueldos, salarios y dividendos en cada ciclo de contabilidad de costes industrial. Intentamos compensar esta creciente grieta entre costes financieros e ingresos, contrayendo deudas cada vez más grandes con las instituciones bancarias, las cuales crean préstamos como nuevo crédito que, como deuda, les son debidos a ellas mismas. Esto realmente no liquida los costes de producción sino que los transmite, como una carga inflacionaria, contra ciclos de producción futuros. También nos metemos en vastos gastos de capital nuevo, como obras de capital superfluas y producción de guerra, para así generar ingresos que puedan permitir demandar, no producción actual, sino pasada. También nos metemos en intentos irracionales e internacionalmente provocativos de exportar más bienes de los que importamos.
Douglas propuso lo que debería ser la solución obvia: establecer una Cuenta de Crédito Nacional como una estimación en base a cálculos estadísticos de los activos potencialmente productivos de la nación, es decir, su Crédito Real: todo aquello que, si es usado para la producción, podría crear precios. Asegurarse de que toda nueva producción sea financiada mediante nuevos créditos emitidos por los bancos en la forma habitual. Reducir de la Cuenta de Crédito Nacional los costes de toda esa nueva producción en marcha, pero acreditar o aumentar esta Cuenta con toda la nueva producción finalizada. Reducir de la Cuenta de Crédito Nacional, como partidas de consumo, los fondos para pagar a cada ciudadano un Dividendo Nacional y a cada minorista una suma determinada por la proporción decreciente de consumo nacional con respecto a la producción, permitiendo a estos minoristas reducir los precios finales al por menor en el punto de venta, es decir, establecer Precios Compensados, los cuales serán mucho menores en relación con los precios contabilizados convencionalmente. Ya que la Cuenta de Crédito Nacional se acreditará o aumentará con toda nueva producción de capital, siempre estará creciendo con independencia del dinero “libre de deuda” que se esté retirando de ella para financiar los Dividendos Nacionales y los Precios Compensados. Los costes físicos de la producción, es decir, la energía humana y no humana y los materiales requeridos, todos han sido satisfechos una vez que el bien queda completado para su uso. No hay ninguna deuda física adjunta a estos artículos y el sistema financiero debería reflejar correctamente este hecho. No debería haber necesidad, a un nivel macroeconómico, de ninguna deuda del consumidor de ningún tipo.
Las propuestas de Douglas nos darían una abundancia creciente con una caída de los precios de los bienes al por menor y una oportunidad para obtener un ocio creciente. El “paro” se vería apreciado como la bendición que en realidad es. Ya no necesitaríamos más tener que financiar las adquisiciones de producción actual mediante ingresos derivados de una, así llamada, actividad “económica” adicional, crecientemente irrelevante, derrochadora y destructiva. La principal causa de la fricción internacional y de la guerra quedaría eliminada, y las naciones serían capaces de dedicarse a una auténtica balanza comercial en lugar de intentar forzar las exportaciones por encima de las importaciones para así poder capturar créditos exteriores, en un intento de compensar la insuficiencia interna de poder adquisitivo del consumidor. Podríamos penetrar en una Civilización segura, de ocio y cultivada, algo que resulta totalmente imposible bajo el actual defectuoso sistema financiero.
[1] Nota mía. Denominación inglesa, con tintes nostálgico-románticos, que se hace respecto del periodo comprendido entre el apogeo de la Edad Media y los tiempos inmediatamente anteriores a la llegada de la Revolución Industrial.