traducido por Martin Ant - Hispanismo.org
El Crédito Social es la creación del Mayor C. H. Douglas. Durante la Primera Guerra Mundial, se le solicitó para que arreglara algunos problemas en una fábrica de aeronaves en Farnborough, y se topó con una discrepancia en sus libros contables. La fábrica generaba costes a un ritmo mucho mayor que aquél en que hacía disponibles ingresos para la gente. Reflexionando sobre este hecho singular, Douglas investigó una centena o así de compañías británicas para descubrir que ese desequilibrio resultaba ser una característica general de la industria moderna. Sueldos, salarios y dividendos pagados a la gente por una fábrica, o por otra empresa productiva, constituían casi siempre solamente una porción de los precios totales de los bienes hechos disponibles por la misma fábrica. Esto le dejó perplejo ya que garantizaba, en consecuencia, una cantidad de bienes que no podrían venderse y, entonces, ¿qué razón había para gastar energías en hacer algo que no podría, por razones financieras, ser consumido?
No es algo generalmente sabido que la asunción que sustenta a la economía consiste en que la industria sirva satisfactoriamente a dos funciones. Además de hacer productos para el consumidor, la industria debe también hacer disponible dinero suficiente a través de la distribución de ingresos para satisfacer los precios que ellos han de cargar por sus productos para cubrir los costes. Douglas encontró que había una brecha entre los precios generados por la industria y los ingresos (poder adquisitivo) distribuidos para pagar esos precios en el lugar de mercado. Ir a https://prezi.com/prapi3awqqej/the-ab-theorem-explained/ para una autodidacta explicación de esta brecha.
El remedio era bastante simple. Douglas propuso que a la gente se le diera suficiente dinero, en forma de crédito libre de deuda, el cual cubriría la brecha entre precios e ingresos, permitiendo a los consumidores consumir en su totalidad aquello que fuera producido. Este crédito no se añadiría a los precios como coste en el sistema de producción, por lo que vendría a ser efectivo en su propósito de restaurar el equilibrio en la economía cubriendo la brecha precio/ingreso.
Douglas había expuesto, pues, el fallo fundamental que torcía el llano funcionamiento de las economías industriales. Pensando que él sólo tenía, pues, que presentar su descubrimiento y solución a los poderes pertinentes, se puso en marcha con la razón en la mano (o en la cabeza). Muy inesperadamente, se encontró con todo tipo de oposición que, o bien pretendía no entender el problema, o bien lo admitía abiertamente pero no le gustaba el objeto de las propuestas, con independencia de su carácter saludable. Para Douglas, el ingeniero, el propósito de la economía era la provisión de bienes y servicios con el mínimo de esfuerzo. Para el poder, la economía era, y todavía es, el más efectivo sistema de gobierno. A través del método de creación de dinero como préstamo de crédito por los bancos, y de una omnipresente política de pleno empleo, la gente estaba siendo innecesariamente forzada a hacer cosas que ellos no querrían hacer, y que no eran de ningún provecho para nadie. Estaba muy claro que el sistema financiero, en concierto con los sistemas político e industrial, estaban siendo utilizados como medios de control, y aquéllos que disfrutaban del poder de estas estructuras, –y no, dicho sea de paso, aquéllos con influencia para cambiarlas–, no les gustaba mucho ninguna idea de restructuración. Douglas vio esto como un poder ilegítimo y, a partir de su filosofía de la libertad personal y la responsabilidad, ideó una política alternativa en línea con la realidad y que desmantelaría el status quo.
Tales fueron los puntos esenciales a partir de los cuales creció el movimiento del Crédito Social. Su enfoque se centraba en la educación de la gente acerca de cómo realmente funcionaban la finanza y la economía, para así contrarrestar la confusión contenida en la teoría económica, tanto entonces como ahora. “Aquello que no se entiende inmediatamente es tomado como si fuera algo profundo”, constituía el principio operativo para mantener al público en actitud reverencial. Teniendo al rebaño desconcertado, los financieros quedarían libres para continuar con el show. La esperanza estaba en levantar esta niebla y, una vez que hubiera suficiente gente que entendiera el problema, se pudiera ejercer presión en el sistema político para efectuar el cambio. Esa esperanza continua viva y con buena salud hoy en día.
No es de extrañar que surgiera una significativa oposición de parte del lado de los banqueros. No les gustaba la idea de dar dinero a gente que haría trizas el duramente ganado control del crédito del que disfrutaban. Su poder descansaba en el mantenimiento de su posición en la creación de dinero contrayendo deudas, que les permitía recolectar todo dólar que circulara a través de la economía. Ser el guardián de la oferta monetaria de una nación constituye un privilegio lucrativo, y ellos pretendían extenderlo y mantenerlo.
Más sorprendentemente, los socialistas también vadearon en contra de la posición del Crédito Social. Como todo buen socialista sabe, la primera afirmación de la política socialista es la centralización del control sobre los medios de producción y sobre la distribución de la producción, incluyendo su oferta monetaria. La perspectiva del Crédito Social tomaba, por el contrario, la visión opuesta. El Crédito Social buscaba distribuir dinero directamente a los consumidores, transformando efectivamente la finanza en un sofisticado sistema de votación que daría el control de la producción a la gente: la democracia económica. ¿Cuál sería –pregunta el creditista social– la ventaja de tomar el poder sobre la creación del crédito de manos de los banqueros y, a continuación, hacer su posición todavía más inexpugnable al trasladar ese poder a manos de una banda de burócratas probablemente menos competentes?
No es necesario decir que los financieros y la izquierda descubrieron que tenían cierto interés mutuo cuando del Crédito Social se trataba.
Podría ser cierto que el mayor de los obstáculos para el progreso real consiste en la dificultad de superar posiciones atrincheradas. Esto ciertamente se aplica al caso del Crédito Social. Durante la Gran Depresión, el movimiento, con Douglas a su cabeza, atrajo un sustancial seguimiento. El diagnóstico del Crédito Social tocó la fibra de la gente ordinaria ya que estaba muy claro que las limitaciones en la prosperidad material no residía en una incapacidad para producir (el mito de la escasez), sino en una falta de dinero para poner en funcionamiento a los, en aquel entonces, hombres y maquinaria parados. Pero entonces la guerra (fase 2) vino, deliberadamente, por supuesto, y, como ocurre en las guerras, entraron en línea abundancia de dinero y de trabajo, y los buenos tiempos rodaron de nuevo en general (es decir, a menos que se liquiden sangre y médula en el rápido final de la maquinaria de guerra industrial).
A continuación de la guerra, el sistema industrial se mantuvo funcionando enérgicamente. Los procesos industriales perfeccionados en hacer aviones y bombas, fueron dirigidos a producir frigoríficos, lavadoras, coches, etc., que no duraban tanto como podrían haberlo hecho. América, domésticamente inalterada, fue la punta de lanza de este frenesí consumidor, redirigiendo la propaganda de estilo bélico hacia su propio pueblo para convencerlos de las virtudes morales del consumo (realmente, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se cayó en la cuenta de la eficacia de las “relaciones públicas” como medio para controlar poblaciones). Fueron extraordinariamente exitosos tanto en casa como en el extranjero. La mentalidad materialista, inflamada por sociólogos y psicólogos corporativos, pagados para ahondar dentro de nuestras motivaciones subconscientes, se desarrolló en la América de posguerra, y los Valiums y Cadillacs se convirtieron en los emblemas del Nuevo Mundo Feliz. Con abundancia de dinero-deuda alrededor y el nuevo ímpetu dado a la religión del trabajo y la adquisición de radiantes cosas nuevas, las causas de la depresión identificadas por Douglas fueron olvidadas por la mayoría, y quedaron sin resolver.
En cierto sentido, la guerra nunca terminó. Aquella necesidad de una destrucción organizada, a la que llamamos guerra, para poder consumir completamente el producto excedente de “todos los hombres trabajando en todas las máquinas”, permaneció, de tal forma que muchas de las naciones del mundo se han movido, desde entonces, entre el pie de guerra y la guerra misma, hacia atrás y hacia delante. Los monopolistas llevan a cabo sus planes de centralización rápidamente a través de la finanza de dinero-deuda, las corporaciones multinacionales y los abogados y políticos que trabajan para ellos. No existen muchas fronteras soberanas que permanezcan impenetrables a las incursiones de la “inversión” globalmente orientada, y a la influencia ejercida por estas entidades extranacionales. A su vez, los intereses de los internacionalistas son seguidos, en su mayor parte entre bastidores, por organizaciones tales como el Banco Mundial, la OMC, el FMI, el BPI, la ONU y la Comisión Trilateral, empleando instrumentos como el de precipitar acuerdos comerciales diseñados para disminuir la influencia del electorado en beneficio de los operadores internacionales. El Acuerdo TPP actualmente en negociación constituye el último y más significativo ejemplo. Una gigantesca transferencia de riqueza está teniendo lugar al mismo tiempo que hablamos, así como los derechos de la tierra y de los recursos invocados por los pueblos locales son entregados a aquéllos que tienen acceso financiero por alegres políticos con agendas personales. Abrumadoramente, es el falso argumento financiero que cuenta con la ignorancia de una población engañada para disolver las protecciones nacionales, abriendo los recursos y los mercados a un control irresponsable, remoto. Nosotros el pueblo necesitamos darnos cuenta de que no tenemos tiempo que perder persiguiendo pseudo-soluciones. Es tiempo de educarse y ponerse activo.